Warhammer 40K - Por el Emperador

 

Relato 3º clasificado en el concurso de Relatos Cortos Freak Wars 2020.

Dramatizado en el podcast La Voz de Horus, número 187.



Por el Emperador

 

 

 

 

16º día, 10º mes, 113M42.

5ª hora.

 

Una mañana más, el servocráneo me despierta con su habitual retahíla:

- Progena 9443, prepárese para servir.

Y yo, como cada mañana desde que estoy aquí, respondo las palabras que me inculcó mi padre:

- Por el Emperador.

Me visto con el mono negro de entrenamiento y me cubro con la túnica gris, listo para un nuevo día de aprendizaje. Salgo de mi celda y me dirijo hacia el patio de armas, escuchando por los altavoces del complejo las Letanías al Emperador que nos repiten desde que llegamos a este lugar.

Camino despacio, pensando en que sólo faltan dos días para el Día de la Selección y que todos los de mi promoción de Progenas seremos enviados a nuevos destinos de entrenamiento, siendo el mío un destacamento de los Tempestus Scions.

No puedo evitar pensar en mi padre. Supongo que estaría orgulloso por lo que voy a lograr, o al menos eso creo. Por desgracia, nunca lo sabré. Tras el desgarro de la Gran Fisura, los engendros de la Guardia de la Muerte comenzaron a atacar el norte del Ultramar en lo que se conoció como las Guerras de Plaga.

Aún recuerdo el bombardeo orbital que asoló mi ciudad, en el planeta Ravishol, antesala del asalto de los Ultramarines. El planeta se libró de la invasión, pero ese día perdí a mi padre, que era el Gobernador de la ciudad de Eastwick, y gané una plaza en la Schola Progenium de Talasa Tertius, donde ya llevo cinco años.

Llego al patio de armas y veo a mis compañeros en formación frente al Abad Tuck, el cual me mira fijamente.

- Progena 9443, de nuevo llegando tarde –dice con los brazos en jarras y los puños apoyados en su oronda barriga-. Pues se acaba de ofrecer voluntario. Hoy toca escalar la pared -y, gritando, ordena-. ¡Comience!

No hay lugar para la duda. Salgo corriendo hacia el muro interior del patio mientras me arranco la túnica y comienzo el ascenso por la pared con un salto. Mientras escalo voy recitando las Letanías al Emperador, buscando asideros en los intrincados detalles que decoran la pared.

- ¡No le oigo cantar! –grita al Abad-. ¡Ya sabe cuál es el castigo!

Maldito gordo –pienso sin detener la ascensión-. No voy a echarte de menos cuando esto acabe.

En ese momento, varios de mis compañeros comienzan a disparar con rifles láser hacia mi posición, impactando todos muy cerca de mi cuerpo.

Acelero la escalada sabiendo que no están fallando el tiro, sino que me están dando tiempo a llegar arriba, y que si no lo logro cuando el Abad Tuck lo estime, los disparos comenzarán a dirigirse directamente a mí, originado mi caída desde una altura más que considerable.

Por fin, con los dedos agarrotados, consigo asirme del ala de una gárgola y me impulso, alcanzando la cima del edificio.

- ¡Por el Emperador! –chillo levantando los brazos. Tal como mi padre me había inculcado.

 

 

 

 

16º día, 10º mes, 113M42.

13ª hora.

 

            Toca clase de armamento. Pero como todo en Talasa Tertius, armamento no es coger un rifle laser y disparar a una diana. Y más teniendo en cuenta lo poco que falta para la Selección.

            El Sargento Quinn, un Tempestor Prime que al que retiraron del frente debido a sus numerosas heridas de guerra, es el Instructor. Un especialista en todas las armas que usaremos en el campo de batalla, siendo la espada sierra su favorita. Según Quinn, el sólo sonido de los dientes de la sierra en funcionamiento hace retroceder a la mayoría de enemigos de tamaño humano.

Hoy toca explosivos. Y yo esperaba este día desde hace mucho, porque los explosivos son mi especialidad.

Mientras Quinn explica una vez más cómo utilizarlos, hablando de forma metódica sobre la mejor forma de causar muchas bajas con poco material, yo me dedico a desmontar granadas y extraerles el explosivo, interiorizando mentalmente los puntos débiles estructurales de mi próximo objetivo.

 

 

 

16º día, 10º mes, 113M42.

18ª hora.

 

            Debería estar en el Sanctorum recitando Letanías, pero estoy de rezar hasta los cojones. Soy un fiel siervo de la voluntad del Emperador y no necesito estar murmurando palabras al oído de una monja con armadura.

            Intentando que nadie me vea, principalmente para evitar el castigo que me llevaría por saltarme el rezo, llego hasta el aula de telecomunicaciones. Entro y me siento delante de un viejo ordenador, en cuya pantalla encendida está fija la imagen del águila bicéfala imperial.

            Paso un dedo por la consola y la pantalla muestra las diversas órdenes que se pueden introducir. Pulso la de “trasmitir”.

            Levanto la manga de la túnica y miro el pequeño tatuaje tribal que mi padre me hizo en la muñeca hace algo más de cinco años, cuando la Guardia de la Muerte estaba invadiendo mi planeta.

            Y recuerdo sus palabras como si me las hubiese grabado a fuego.

            - Ash, si alguna vez no estoy, busca una consola de trasmisión y envía esta secuencia numérica. Da igual lo antigua o moderna que sea la consola. Y no hace falta destino alguno al que enviar. Sólo hazlo. Y yo te escucharé.

            - ¿Qué números? –recuerdo haber preguntado, mientras miraba las líneas sin sentido del tatuaje.

            - Levanta el brazo recto hasta tus ojos y mira de nuevo.

            Y allí estaban. Perfectamente visibles.

            Así que, tal como mi padre me dijo, marco 4 8 15 16 23 42, y después pulso la tecla enter.

            Por el Emperador –susurro, sin saber si aquello serviría para algo.

 

 

 

17º día, 10º mes, 113M42.

10ª hora.

 

Hoy, después de cinco años, he ignorado al servocráneo y me he quedado en la cama.

- Estoy enfermo – le he dicho. Y he seguido acostado, pensando en que mañana todo habrá acabado.

 

 

 

18º día, 10º mes, 113M42.

12ª hora.

 

Todos los Progenas estamos formados en el patio de armas. A la Ceremonia de Selección han acudido algunos Altos Señores de Administratum, así como Comisarios y Tempestor Prime. También me ha parecido ver algún Inquisidor y un grupo de Sororitas.

Las naves que nos llevarán a nuestros respectivos destinos esperan suspendidas en el cielo, mientras los Abades comienzan a separarnos en grupos.

Y en ese momento, justo a la décimo segunda hora, se oye la primera explosión.

Una de las naves de transporte cae derribada por un misil, procedente de una antigua barcaza de combate imperial. Después cae otra, tras aparecer una segunda barcaza.

El caos estalla en la Schola, comenzando tanto Progenas como veteranos a buscar armas con las que defenderse del ataque, el cual es tan sorpresivo que nadie entiende nada.

Nadie, excepto yo.

Porque el ataque lo había ordenado yo al enviar la secuencia numérica de mi padre.

Y, efectivamente, tal como él me dijo, el mensaje fue recibido.

Sonriendo, saco el detonador que llevo en el bolsillo y que activaría las cargas explosivas que había colocado el día antes por toda la estructura de la Schola.

- Por el Emperador –digo una última vez, tal como mi padre me había inculcado-. Hydra Dominatus –añado… tal como mi padre me había inculcado.

Pulso el botón y todo desaparece dentro de una gran bola de fuego.         

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