Amnesia - Capítulo 3

 

 

Capítulo 3

 

 

 

21 de agosto.

22:00 horas.

           

 

No me queda mucho tiempo. Pronto estarán aquí y sé que no podré contenerles.

Si estás leyendo esto, supongo que yo ya estoy muerto o que acabas de matarme. En cualquier caso, creo que deberías saber de dónde procede este Mal.

Todo empezó hace diez años. Estábamos investigando una vacuna contra el ébola y parecía que teníamos un suero prometedor. Las pruebas en chimpancés resultaron un éxito y la compañía farmacéutica Neopharma Technological decidió financiarnos. Nos trasladaron a un pequeño pueblo de montaña y comenzamos a experimentar con humanos.

Entre todos los voluntarios, indigentes y abandonados en su mayoría, apareció una mujer que era conocida por muchos colegas míos, por ser asidua a este tipo de pruebas.

La mayoría de los voluntarios murió durante la experimentación, pero ella sobrevivía a todos los sueros que le administrábamos. Era un prodigio de la naturaleza.

El problema llegó tres años después. La paciente se quedó embarazada, pero no avisó a nadie de su estado, por lo que se siguió experimentando con ella. Cuando su embarazo ya no era disimulable, la compañía se asustó por si la mujer decidía denunciar. Una cosa era experimentar con indigentes y otra distinta hacerlo con recién nacidos.

La encerraron hasta que dio a luz, naciendo una hermosa niña, grande y fuerte. La mujer desapareció y jamás se volvió a saber de ella. Nadie preguntó.

La niña, a la que llamaron Ana, fue adoptada por un directivo de la compañía. Todo iba bien hasta que cuando cumplió tres años y se dieron cuenta que no era normal. Nunca enfermaba y sus heridas curaban con una velocidad asombrosa.

Decidieron experimentar con su sangre. Ver que podían sacar de ahí, descubrir qué la hacía tan especial.

Hicimos varios sueros con su sangre y comenzamos a administrarlos entre los voluntarios de los distintos proyectos. La práctica totalidad sanaba en apenas unas horas. Era increíble.

Pero como siempre acaba pasando, la Naturaleza no quiere competidores. Si juegas a ser Dios, te arriesgas a crear un Diablo.

Uno de los voluntarios llegó con una extraña enfermedad  terminal y se decidió administrarle el suero creado con la sangre de Ana.

 El hombre se recuperó en un par de días. Mejoró de una forma increíble. Pero a la semana de administrarle la medicación, murió de súbito.

Se lo llevaron a la sala de autopsias y comenzaron a reconocer el cadáver. Pero a mitad de la disección ocurrió algo terrorífico e inimaginable. 

El cadáver cobró vida. Abrió los ojos, se levantó de la camilla y comenzó a atacar a los médicos. Saltó la alarma en el laboratorio. Todos corrían aterrorizados.

Los guardias le disparaban pero el muerto seguía avanzando. Sólo un disparo en la cabeza pareció acabar con su... ¿vida?

Aún aterrorizados por lo sucedido, creíamos que todo había pasado.

¡Cuán equivocados estábamos!

Todas las personas que habían sido atacadas por el monstruo se vieron infectadas por lo que fuera que lo había creado y se convirtieron en lo mismo que él. Para empeorar la situación, los disparos en la cabeza sólo dejaban a los infectados fuera de combate por un tiempo limitado. Antes o después, todos volvían a despertar. El pánico inundó el centro de operaciones.

Conseguimos ponernos en contacto con la compañía y nos mandaron ayuda. Si a aquello se podía llamar ayuda. Enviaron un escuadrón de asesinos que acabó con prácticamente toda la población de la aldea, estuviera infectada o no.

            Viendo la situación decidí llevarme a Ana del centro. Nos trasladamos al laboratorio del colegio y allí, con los escasos recursos de los que disponía, intenté crear una cura para el virus.

            Conseguí sintetizar dos muestras, las cuales escondí en lugares diferentes, para que estuvieran más protegidas. Una de ellas la dejé en el laboratorio del colegio. La otra, bajo el altar de la iglesia.

            No sé si sobreviviré o si acabaré asesinado por los mercenarios o devorado por lo monstruos. En todo caso, tú

 

 

El diario acaba de forma abrupta. No hay nada más, salvo hojas en blanco.

El hombre mira al cadáver que portaba el libro bajo su mano. Por el mono que viste, debe ser uno de los mercenarios de los que habla el autor. Y si él está aquí, es porque estaba buscando la muestra.

Se acerca al altar y busca, pero no hay nada.

En ese momento, el teléfono vuelve a sonar. De nuevo, el número privado.

¿Has encontrado el diario? –le dice la voz.

– Si. Pero no me aclara mucho por qué estoy aquí.

¿Tienes la muestra?

– No, aquí no está –le contesta–. Oye, ya estoy empezando a hartarme de esto. Quiero respuestas.

Pronto. Debes encontrar la segunda muestra. ¿Sabes dónde está?

– Parece ser que en el colegio.

Muy bien. No te preocupes, soldado. En cuanto tengas la muestra, todo será revelado –tras una pausa, añade–. Si te cruzas con una de esas cosas, apunta a la cabeza y no falles. ¿Comprendes? NO... FALLES...

– ¿Qué cosas? –pregunta. Pero su interlocutor ha colgado de nuevo.

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