Amnesia - Capítulo 4

 

Capítulo 4

 

 

 

 

El hombre guarda el teléfono y se gira hacia la niña. Todo aquello sobrepasa su entendimiento.

¿Soldado? –piensa–. Me ha llamado soldado. ¿Seré uno de los mercenarios de los que habla el diario?

De pronto, la niña suelta un grito de terror. El hombre la mira desconcertado, sin entender qué la está asustando de aquel modo.

Entonces se gira y lo comprende. El soldado muerto se está levantando del suelo. De forma pausada, como si lo estuviera haciendo a cámara lenta.

Se pone en pie y mira con su único ojo en blanco hacia el hombre. Da un gruñido y comienza a avanzar hacia él arrastrando los pies.

El hombre desenfunda la pistola y le apunta.

– ¡Alto! –ordena–. ¡Un paso más y disparo!

El soldado sigue su avance, levantando su único brazo, gruñendo aún más fuerte. El hombre le dispara y le da en el pecho. El soldado da un pequeño paso hacia atrás, pero no parece verse afectado por la herida.

Apunta a la cabeza y no falles –recuerda que le dijo la voz del teléfono.

Vuelve a disparar y la bala impacta la frente. Esta vez el soldado se desploma y deja de emitir sonido alguno.

El hombre, con una mezcla de terror y adrenalina, se acerca con cuidado hasta el solado muerto y le da dos patadas en la pierna.

No se mueve.

Despacio, se agacha y le quita la pistola de la pernera. Comprueba que se trata del mismo modelo que la suya, lo cual le convence de que el soldado y él debían ser compañeros.

Saca el cargador y cuenta cuatro cartuchos.

Algo es algo –piensa.

Guarda el clip en un bolsillo y, sin llegar a enfundar la pistola, agarra a la niña de la mano y salen de la iglesia.

 

 

– ¿Desde cuándo hay de esas... cosas? –pregunta el hombre, sin dejar de mirar hacia todos los ángulos.

– Hace unos días que aparecieron –contesta Ana con un hilillo de voz.

– ¿Qué día es hoy? ¿Lo sabes?

– Creo que sábado.

– Digo la fecha. ¿A qué estamos?

– 23 de agosto –responde, tras pensarlo un poco.

Día 23 –piensa el hombre–. Eso significa que la entrada del diario la escribieron hace dos días.

El colegio se encuentra relativamente cerca de la iglesia. No se han cruzado con ningún infectado, pero no baja la guardia. Aún no ha desaparecido la tensión de su cuerpo desde el encuentro anterior.

 Al llegar a la esquina de enfrente del colegio ve a tres de esos seres vagando por el patio interior del recinto. Caminan arrastrando los pies y su cuerpo se encuentra descarnado en algunas partes, dejando a la vista los músculos y huesos. Dos de ellos visten una bata blanca y el otro lleva un mono verde, igual que el de la iglesia.

Se lleva el dedo índice a los labios, indicándole a la niña que se mantenga en silencio y que le espere allí, mientras se acerca con sigilo hasta la puerta del colegio.

Cuando está apenas a cuatro metros del primer infectado, le dispara en la cabeza y éste cae en redondo. El sonido alerta a los otros dos, que se acercan de forma cansada hacia él, emitiendo gruñidos y levantando los brazos, amenazantes.

Dos disparos más. Dos monstruos menos. De forma automática realiza un cambio de cargador, introduciendo el que recogió en la iglesia.

Hace una señal a Ana para que se acerque corriendo y ambos entran en la escuela. Está prácticamente a oscuras, salvo por la débil iluminación que desprenden las luces de emergencia de los pasillos.

– ¿Sabes llegar hasta el laboratorio? –le susurra a la niña.

Ésta asiente. El terror está escrito en su cara.

– Vamos, pequeña, llévame.

Ana le coge de la mano con fuerza y comienza a caminar. Giran un pasillo y suben por una escalera, llegando a la planta superior. La niña se queda parada y señala hacia la derecha.

– La última vez había muchos monstruos –dice, con lágrimas en los ojos–. Tengo miedo.

– Tranquila, yo te protejo.

Coge a la niña en brazos y avanza por la semioscuridad del pasillo. Cuando gira la esquina, uno de los infectados se les cruza a escasos metros.

El hombre dispara, pero debido al susto y a llevar a Ana en brazos falla el tiro. Dispara de nuevo, pero la bala impacta en un brazo, lo que no detiene el avance del ser. Cuando está a punto de abalanzarse encima, le acierta en la cabeza.

Baja a la niña y avanzan hasta a una puerta blanca de doble hoja sobre la que se lee escrito en una placa “LABORATORIO”.

Entran en la sala... y todas las luces se encienden.

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