Operación Grifo - Epílogo
EPÍLOGO
SOMBRAS EN LA NOCHE
Dramatis
personae.–
Unidad
Especial Bravo –
Patrulla Cuervo.
Sargento
Osakaru “Kain” Kainryū.
Especialista
Aistis “Ace” Kravchenko.
Especialista
Lucía Torres.
Kain
mira a sus especialistas y, como siempre, se siente asombrado y orgulloso de su
habilidad para camuflarse. A pesar de haber luna llena apenas es capaz de
distinguir sus siluetas, recortadas con la claridad. Y no es por los trajes
tácticos de infiltración. Es algo en ellos que los hace... difíciles de ver.
Comienza
a repetir las instrucciones que le ha dado el Comandante, aún a sabiendas que
los ambos especialistas las conocen perfectamente.
–
Como ya sabéis, ayer se detuvo al traficante de armas conocido como Joe
Kalashnikov. Tras un intenso interrogatorio se consiguió la localización de un
arma experimental, que de ser usada podría cambiar el curso de cualquier
guerra.
>>
Al parecer, los planos para la construcción del arma se encuentran en aquella
base de ahí abajo, en el “Almacén 7”. Vuestra misión es entrar, conseguir los
planos originales y toda la información relevante que encontréis, e introducir
unos planos falsos con un troyano, para así saber quién se va a hacer cargo de
la organización ahora que Joe no está. Todo ello sin que os descubran,
lógicamente, y evitando la fuerza letal, para crearles mayor confusión.
Las
siluetas asienten.
–
Yo os apoyaré desde aquí con un dron de reconocimiento. Así os resultará más
seguro el acceso a la base. En macha.
Apenas
concluye, los dos especialistas desaparecen, sin que Kain apenas se dé cuenta
de sus movimientos.
Ace
y Lucía se acercan a la verja. Desde su posición, gracias a las gafas de visión
nocturna, pueden ver a un guardia en una torre de vigilancia. Por la forma en
que se mueve, dejando caer el peso de un pie a otro, se nota que no está todo
lo atento que debiera. Mejor. Más fácil se lo ponen.
– Uno en la torre –transmite
Kain–. Dos patrullando la zona, pero
ahora mismo están hablando entre ellos. Es buen momento para entrar.
Ace
corta el alambre de la verja, se introducen en la base y Lucía trepa por la
parte de atrás de la torre de vigilancia. Tras ver como el guardia desaparece,
sin un solo sonido, Ace se desliza agazapado hacia la torre de vigilancia del
lado opuesto.
–
Otro en esa torre. Uno justo debajo.
Ace
se queda inmóvil, fusionando su cuerpo con las sombras. El guardia de abajo
rasca el suelo con la bota, en claro síntoma de aburrimiento. Mercenarios de
poca monta. Muy poca profesionalidad.
Se
acerca con cuidado hasta el borde de la torre, pasando a escasos metros del
guardia, y comienza a trepar. El de arriba está mirando hacia la oscuridad de
la noche, sin percatarse de su presencia. Le pasa el brazo por el cuello hasta
cogerse el otro a la altura del bíceps y aprieta. En pocos segundos el guardia
queda inconsciente.
Mira
hacia abajo y ve al otro. Tres metros y medio, más o menos. No es mucho, si
caes sobre algo blando.
Salta
sobre el guardia, cayendo con las rodillas sobre su espalda, dejándolo
inconsciente con el golpe. Arrastra el cuerpo y lo oculta entre la maleza.
–
Los guardias del centro se han separado.
Van en direcciones opuestas.
Lucía
trepa al tejado de una caseta y espera a que el guardia pase. Duda si
eliminarlo o dejarle, pero pronto esa duda desaparece. Si no se deshacía de él
ahora lo podrían encontrar a la salida y arruinar la misión.
Desenfunda
la pistola lanzadardos y dispara, impactando en el cuello. Apenas tres segundos
después, el potente anestésico hace efecto y el guardia queda profundamente
dormido.
Ace,
oculto entre las sombras, ve como el guardia pasa junto él. Le toca en el
hombro con la punta de los dedos y el mercenario se gira instintivamente. Antes
de que pueda verle, Ace le golpea con el puño derecho en la mandíbula,
dejándolo inconsciente. No obstante, en previsión de que se recupere, le da un
rodillazo en la nariz justo antes de que se desplome. Ahora sí que tardará un
tiempo en despertar.
–
No queda nadie patrullando. Los sensores
térmicos indican que hay dos guardias más en la caseta de la entrada de la
base.
Lucía
y Ace se encuentran justo antes de llegar al punto marcado. Se acercan a la
puerta y se miran un segundo. Asintiendo al unísono, Lucía abre la puerta, pero
no entra ninguno.
–
Que extraño... –dice uno de los guardias, acercándose a la puerta abierta y
asomándose al exterior.
Ace
le agarra de la pechera y lo hace a un lado, golpeándole fuertemente con el
codo en la cara.
Lucía
lanza un cuchillo contra la lámpara, reventando la bombilla, y entra de un
salto en la caseta. Da una patada en los testículos al otro guardia y, mientras
se encoge de dolor, le propina una patada circular en el cuello, dejándolo sin
sentido.
Ambos
examinan la caseta en busca de algún plano de la base, encontrando uno en un
cajón lleno de polvo.
–
Sargento –susurra Lucía por el intercomunicador–. El “Almacén 7” parece estar
justo en el centro de la base. Vamos para allá.
Salen
de la caseta y se dirigen al lugar, llegando a un hangar con un descolorido
número 7 dibujado. A pesar del claro abandono del resto de la base, la puerta
que tienen delante parece nueva y, además, cerrada por una cerradura
electrónica.
Ace
saca una herramienta multiusos y desenrosca el panel de la cerradura. Después
conecta el extremo de un cable a una pequeña tablet y el otro al cableado del panel.
Mira
la pantalla de la tablet y teclea un
código. La cerradura electrónica se ilumina y la puerta se abre.
–
Magia... –susurra, sonriendo bajo la máscara.
Tras
desconcertar los cables y volver a colocar el panel, ambos se introducen en el
hangar.
Dentro
hay una serie de ordenadores conectados en red, frente a una enorme pantalla.
En la oscuridad destacan las luces parpadeantes y el ruido de ventiladores.
Se
acercan a la mesa central y Ace comienza a teclear. No le cuesta demasiado
saltarse los cortafuegos de seguridad y acceder al sistema.
En
la pantalla gigante comienzan a aparecer multitud de informes. Conecta la
tablet a una de las torres y sigue tecleando.
–
Vaya, interesante –dice más para sí mismo que para su compañera–. Al parecer
desde aquí controlan varios drones, con los que realizan contravigilancias
durante sus negocios.
–
Podríamos borrar el programa –sugiere Lucía–. Así, parecerá que hemos venido a
por eso y no sospecharán del arma experimental.
Ace
asiente. Mira la tablet, la pantalla gigante y de nuevo la tablet. Desconecta
los cables, guarda el aparato y levanta el dedo pulgar.
–
Misión cumplida –comunican a Kain.
Ambos
abandonan la base tal y como entraron, como sombras en la noche.
–.FIN.–
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