Wildlands - D´yavol 3

 

D´yavol 3

  

 

 

Por fin otets empieza a confiar en mí –piensa Sergey, sentado en la parte trasera del Hummer–. Le demostraré que ya no soy un crío. Le demostraré que puedo ser el nuevo Líder del Clan.   

Sentada a su lado viaja su hermana Irina, la cual está montando un fusil de francotirador Dragunov, colocando las piezas con delicadeza, casi acariciándolas. Se ha puesto un mono de color negro y lleva la cremallera abierta hasta el centro del escote. Si no fuera su hermana melliza haría que sus lascivos pensamientos pasaran de su mente a la realidad.

El vehículo para e Irina se baja.

– Te estaré vigilando, brat –dice, enviándole un beso a cámara lenta.

Se gira y sale corriendo hacia las dunas, mientras Sergey suelta un gruñido mirándole el culo, realzado en el ajustado mono.

– Continúa, Kirill –ordena al chofer–. No deben estar muy lejos.

 

 

Apenas quinientos metros más adelante se encuentran los llamados “Desterrados”. El Lago Baskunchak queda a la derecha y la zona de dunas a la izquierda. Allí se encuentra escondida Irina, preparada para matarlos si intentan algo extraño.

Los examina a través de la mira del fusil. Son tres, aunque supone que deben de haber más escondidos por la zona. Visten con las ropas típicas de los contratistas: pantalones de campaña color claro y camisetas negras. Llevan puesto un chaleco también negro y máscaras. A primera vista parecen desarmados.

El del medio es de complexión fuerte y algo más bajo que los otros dos. Lleva una máscara que simula la cara de un demonio de piel roja, con la boca abierta y largos colmillos, dos enormes cejas negras, bigote y perilla.

El de su derecha es algo más alto y su máscara, de color negro, tiene pintada una calavera de color grisáceo.

El de la izquierda es bastante más alto que los otros dos. Su máscara es de color rojo sangre con dos grandes óvalos negros alrededor de los ojos.

Busca por la zona y el brillo del Sol naciente en un cristal delata a alguien escondido bajo la arena con un fusil de francotirador. Como ella imaginaba, los tres hombres no están solos. Habría resultado muy estúpido, muy poco profesional, incluso añadiría decepcionante, que lo hubieran estado. Da una pequeña batida y encuentra a otros dos. Están bien escondidos, pero el brillo de la mira les descubre.

Irina sonríe y decide contemplar la reunión. Espera que no le pase nada a su hermano, aunque en el fondo tampoco es que le importe mucho que lo maten.

 

 

El chofer detiene al vehículo a veinte metros de los individuos y Sergey espera a que sus escoltas bajen antes de descender.      

– Kirill, quédate en el coche. Dima, tú vigila.

Sergey se recoloca las gafas de sol y abrocha un botón de la chaqueta del traje. Gira el cuello, haciéndolo crujir, y se dirige hacia los tres hombres con la mayor seriedad facial de la que es capaz.

– Dobro pozhalovat! Kak dela? –dice el mercenario del medio cuando llegan junto a ellos.

Su acento es horrible. A pesar de querer mantener la seriedad, Sergey no puede evitar reírse al oírlo.

– Putos yanquis –dice entre risas–. No mancilles mi idioma materno con ese asqueroso acento que tienes. A ver, ¿quién de vosotros es el jefe? –exige saber.

– Yo –contesta el del medio–. Y de vosotros dudo mucho que seas tú.

– ¿Y qué te hace pensar que yo no mando? –grita Sergey

¡Pero de que va este puto gilipollas! Lo mataré si tengo ocasión –piensa irritado.

– Fácil –dice el mercenario-. Tu edad. Eres demasiado joven para haber creado el imperio que he oído que tienes aquí. Y dejamos bien claro que sólo hablaríamos con el jefe, no con un segundón.

– Soy Sergey D´yavol, hijo de Alexey D´yavol. Y tengo poder suficiente para hacer cualquier trato en estas tierras, maldito saco de mierda –explica con odio en los ojos.

– Discúlpeme, Señor D´yavol –ruega el contratista, agachando la cabeza–.  Ha sido una imprudencia por mi parte. Por favor, hagamos negocios.

Ahora agachas la cabeza, ¿eh? -piensa Sergey-. Lo aprovecharé para sacar beneficio.

- De acuerdo, “mercenarios” –dice recalcando la palabra, de forma despectiva-. ¿Cómo funciona exactamente ese programa informático vuestro?

- El programa es igual que un navegador cualquiera de internet –explica el hombre con la máscara de demonio-. Solo que cuando entras en cualquier página que pida nombre de usuario y contraseña, él mismo descifra las que contiene la página y permite el acceso. Así de sencillo.

- ¿Y cómo sé que funciona? No pensarás que voy a entregaros el dinero sin probarlo antes, ¿verdad? –dice frunciendo el ceño.

Creo que ya sé cómo voy a sacar provecho de esto.

- Tenemos un portátil listo para que pueda usted hacer una prueb...

- ¡¿Un portátil?! ¡¿Vuestro?! ¡¿Me tomas por estúpido?! Solo os pagaré cuando vea que funciona en un ordenador de mi casa.

- Pero para eso debería de dejar que se llevara el programa.

- Exacto –afirma sonriendo-. Me lo llevaré y, cuando pruebe que realmente hace lo que decís, ya veré lo que os pago. Lo tomáis o lo dejáis.

Otets estará orgulloso de mí. ¡Voy a conseguirlo gratis!

El jefe de los mercenarios mira a sus compañeros, que elevan los hombros sin saber que decirle.

- De acuerdo, Señor D´yavol –le dice, estirando la mano-. Pero prométame que nos pagará la cantidad acordada.

- Por supuesto –miente Sergey, estrechando la mano del mercenario.

- Espero que no falte a su palabra –añade el hombre con máscara de demonio, envolviendo con sus manos la del mafioso-. Estamos empezando en el negocio y no podemos permitirnos perder dinero –concluye agachando la cabeza, a modo de súplica.

Putos payasos cobardes –piensa Sergey, levantando la barbilla y soltando su mano de un estirón-. Os mataré si vuelvo a veros. Y eso sí pienso cumplirlo.

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