Wildlands - D´yavol 4
D´yavol 4
Alexey da un par de vueltas al
pendrive que le ha entregado su hijo, observándolo como si fuera un objeto
extraño y peculiar. Acciona un par de veces una pequeña palanca lateral que
hace que el conector salga y se esconda dentro de la carcasa y, a continuación,
lo introduce un puerto USB de su ordenador.
Dentro del dispositivo de
memoria hay un archivo exe con el
nombre de “Exiled Router Web”. Pincha
dos veces con el ratón y una pantalla se abre. Es similar al navegador
Microsoft Edge, pero con el fondo negro y la barra de direcciones roja.
Alexey escribe en la barra “Banco
Central de la Federación Rusa” y presiona la tecla enter, pero entonces otra ventana se abre y le
solicita una clave de autentificación.
Se queda mirando la pantalla
con ojos entornados durante unos segundos y, moviéndose a cámara lenta, cambia
la vista a su hijo, sentado frente a él.
- Así qué, el negocio del
siglo, ¿verdad, hijo mío?
Sergey se mueve en su asiento,
al tiempo que la expresión de su cara pasa de sonrisa de satisfacción a mirada
de extrañeza.
- ¿Qué ocurre, otets?
- ¿Qué ocurre? ¡¿Qué ocurre?!
¡Lo que ocurre es que eres un maldito govniuk!
¡El programa que te consigue cualquier clave necesita una para abrirse! Y no te
la han dado –continúa murmurando insultos mientras arranca el pendrive y lo
lanza contra su hijo.
- Maldito ublyudok -dice
Sergey mirando el perdrive con
los ojos abiertos como platos-. ¡Juro que lo mataré! –grita poniéndose en pie y
tirando la silla al suelo- ¡Le romperé todos los huesos y lo quemaré vivo!
En ese momento la puerta se
abre y entra Irina. Va descalza, vestida con un vaporoso vestido negro y el
pelo recogido en una coleta alta. También lleva su Dragunov apoyado en el
hombro. Ambos hombres se quedan mirándola, extrañados por verla armada dentro
de la mansión.
- Los centinelas informan que
nos atacan los Çöl Tilkisi –dice con voz tranquila-. No sé qué habréis hecho
para cabrearles, pero parece ser que son muchos –se da la vuelta y comienza a
alejarse, al tiempo que añade-. Voy a esperarles en mi nido. ¡Da svidaniya!
Alexey y Sergey se miran entre
ellos durante unos segundos, como si estuvieran valorando si lo dicho por Irina
pudiera ser algún tipo de broma macabra, cuando comienzan a sonar las sirenas
de alarma en los terrenos que rodean la mansión.
El sonido los saca de dudas.
Sergey sale corriendo en dirección a la armería y Alexey, una vez solo en su
despacho, cierra la puerta con llave desde dentro y activa el protocolo de
seguridad.
Si piensan que va a ser fácil llegar hasta mí, están
muy equivocados –piensa,
sentándose de nuevo en el sillón.
Irina ya ha eliminado a varios Çöl
Tilkisi escondida en su nido de francotirador. Aunque más que un nido, lo que tiene
es todo un piso. Hace años que habilitó la última planta de la mansión para
utilizarla como escondite en caso de ser atacados.
Sonríe
mientras piensa en su capacidad premonitoria. Su hermano le dijo que estaba
paranoica, que nadie se atrevería a atacarles allí, que eran los “Reyes de
Wildlands”.
Pues
bien. Ahora ella estaba disfrutando mientras eliminaba enemigos, protegida por
el camuflaje de su nido, mientras su hermano correteaba asustado por las
plantas inferiores.
Que se joda. Estoy tentada
de meterle una bala entre los ojos si se cruza en mi mira. Sería divertido.
Hace
un barrido buscando más objetivos cuando un disparo impacta a escasos
centímetros de su cara. La bala rebota en el muro y saltan esquirlas de
ladrillo hacia su cara, cegándola unos instantes.
- Yob
tvoyu mat! –chilla, apartando la cara.
¿Era una bala perdida o
alguien me ha descubierto? –piensa, agazapada tras la pared.
Se
incorpora, saca el fusil por la pequeña abertura del muro y busca al tirador.
Da un barrido por la zona donde se encuentran los Çöl Tilkisi, pero los que
siguen vivos disparan hacia delante, no hacia ella.
No, no puede ser ninguno de
ellos.
Cambia
de posición y sigue buscando. Esta vez mira por la zona trasera del pequeño
ejército enemigo, intentando encontrar a alguno que mire hacia su posición.
Finalmente,
un kilómetro más atrás, sobre una pequeña colina situada a la derecha de la
casa, consigue distinguir el brillo de una mira de precisión.
Sí. Te tengo ublyudok. Ya eres m...
Su
pensamiento se interrumpe cuando una bala traspasa la mira de su Dragunov y le
atraviesa el cráneo a través del ojo, matándola al instante.
Sergey baja las escaleras que
dan al laberíntico sótano de la mansión y corre en dirección a la armería,
aunque tras dos zancadas se detiene y mira hacia el techo.
¿Para qué darme prisa? –piensa-. Que
se maten ahí arriba. Aquí no me van a encontrar, y además, aunque lo hicieran,
en la armería tengo munición suficiente para frenar a un ejército.
Sonríe
y prosigue su camino andando hasta llegar a la amplia sala que almacena todo el
armamento con el que negocian de forma habitual. Se detiene en la entrada, pone
las manos en las caderas y mira alrededor, pensando que armas preparar para un
posible ataque, cuando escucha unos pasos que se acercan a la carrera hacia su
posición.
¡Imposible! ¿Cómo coño han
llegado tan rápido hasta aquí abajo?
Se
introduce de un salto dentro de la habitación y se esconde detrás de una caja,
desenfundando la pistola Glock 23 que lleva en la sobaquera. Segundos después,
una persona entra en la sala.
Por
la vestimenta parece ser de uno de los llamados Desterrados. Cuando se gira y
ve su máscara roja y negra, ya no le quedan dudas. Es uno de ellos,
concretamente el más alto de los tres que acudieron a la reunión.
El
mercenario se acerca a las cajas y comienza a buscar algo, dando la espalda a
Sergey, el cual sonríe maliciosamente, apunta con su pistola y aprieta el
gatillo.
Pero
el disparo no se produce.
Sergey
mira la Glock con los ojos abiertos, extrañado por la ausencia de detonación,
cuando recuerda que llevaba el arma sin montar. Tira de la corredera y dispara,
pero el mercenario se ha movido del sitio y el tiro impacta en la pared.
Antes
de poder reaccionar, el enmascarado le propina una fuerte patada en la mano que
hace que suelte el arma y caiga al suelo. Por inercia se queda mirando el
recorrido de la pistola y, cuando vuelve a fijarse en el mercenario, éste ha
girado sobre sí mismo y le golpea fuertemente con el talón en la cara,
derribándolo sobre las cajas.
Sergey
se incorpora, coge un enorme machete y se lanza sobre el enmascarado,
intentando golpearle con una cuchillada descendente, pero éste se hace a un
lado y le agarra del brazo, volteándolo por encima de su cabeza, estampándole
en el suelo y dejándole sin aire. Intenta levantarse, pero el mercenario lo
tiene inmovilizado del brazo, luxándole la muñeca y el codo.
Mira
a su alrededor y encuentra la pistola a escasos centímetros, por lo que estira
la mano libre, la agarra y apunta a su agresor, pero antes de que pueda llegar
a disparar, su mano y la pistola, aún empuñada, salen volando por los aires
cuando el mercenario se la amputa utilizando el machete que él mismo llevaba hacía
unos instantes.
En
estado de shock, tras ver como su miembro se estrella en el suelo, nota algo
frio en el pecho. Mira con los ojos vidriosos y, antes de exhalar su último
suspiro, descubre un palmo de acero incrustado en su caja torácica.
Alexey
observa por las cámaras de seguridad de su despacho el trascurso de la
refriega. Está recostado en el sillón y ha abierto una botella de vodka “Mamont”.
No
tiene muy claro el motivo del ataque del clan rival. Dos días atrás le cobran
un impuesto revolucionario a un tendero de su territorio y ahora esto.
Arman se habrá cansado de
este juego de mierda –deduce-. Mejor.
Antes o después la farsa tenía que acabar.
Los
Çöl Tilkisi han conseguido acceder a la casa, pero no han pasado del salón
principal. Entre ellos identifica a Temir Beleiu, el hermano pequeño de Arman,
armado con una ametralladora Minimí y escoltado por dos enormes guardaespaldas
con ametralladoras Gatling.
Encontrarse ese trío de
frente debe acojonar –piensa sonriendo, mientras le da un
trago al vaso con vodka-. Ojalá se acerquen
lo suficiente a mi puerta.
En
el interior de su despacho se siente seguro. Está construido como una
“habitación del pánico”. Las paredes son de doble muro y, en medio, hay
planchas de acero. Las ventanas están cerradas con placas de metal blindado y
la puerta es digna de cualquier caja fuerte de máxima seguridad. Además,
cualquiera que intente acercarse quedará reducido a pulpa sanguinolenta gracias
a las dos ametralladoras Browning calibre .50 que protegen la entrada.
Da
otro trago de vodka y mira las pantallas que dan al exterior. Allí está
ocurriendo una auténtica batalla campal. Cuando el tiroteo termine serán pocos
los que queden en pie, da igual el bando.
A
Alexey le da igual. Puede contratar más hombres y la merma del Clan Çöl Tilkisi
hará que consiga eliminarlos definitivamente y hacerse con el control absoluto
de Wildlands.
-
Na zdorovje –brinda, levantando el
vaso y bebiéndoselo de un trago.
Lo
deja en la mesa con fuerza y eructa. En ese momento, se escucha un ruido
atronador y el suelo se desploma.
Cae
al piso inferior sentado en la silla. Está conmocionado debido al fuerte ruido
y al golpe. El exceso de vodka tampoco ayuda a mantener la mente despierta.
Sacude
la cabeza intentando despejar un poco la mente y ve frente a él a un hombre con
una máscara negra y una calavera gris pintada.
-
¿Pero qué...? –logra decir antes de que el hombre le dé un fortísimo puñetazo
en la mandíbula y lo deje inconsciente.
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