Warhammer 40K - Abre los ojos


Relato 2º clasificado en el concurso de Relatos Cortos WikiHammer 2021.

Dramatizado en el podcast La Voz de Horus, número 222.



 

Abre los ojos

 

 

El niño caminaba por el bosque en silencio, agazapado y con el arma preparada. Portaba un viejo rifle laser que encontraron hace años en un campamento abandonado junto a la vieja fortaleza monasterio de los Astartes, vacía desde hace milenios.

Según le habían contado, fueron abandonados a su suerte por los que se suponía que debían defenderles, y desde entonces el planeta estaba infectado de criaturas demoníacas que atacaban sus poblados, por lo que, de vez en cuando, organizaban partidas de caza para eliminar a las que encontraban.

- Abre los ojos, hijo.

El niño se sobresaltó al oír la voz de su padre, proveniente de su derecha, y se giró con rapidez apuntando con el rifle.

-       Padre, no te había oído llegar –dijo, aún en tensión.

Nunca dejaba de asombrarle la capacidad de su padre para moverse en completo silencio. A pesar de su enorme tamaño sería capaz de acercarse hasta él en medio de un mar de hojas secas y no haría ni un solo ruido.

Como siempre que salía de caza, su padre portaba la pistola bolter que había rescatado del monasterio.

-       ¿Has cazado algo? –le preguntó.

-       Aún no, padre. Pero he visto unas huellas muy extrañas ahí atrás. Puede que tengamos algún bicho cerca.

-       ¿Cómo eran las huellas?

-       Parecían… -dudó un segundo cómo definirlas- humanas. Pero mucho, muchísimo más grandes.

Su padre le miró fijamente durante unos segundos. Su cara, que siempre le había parecido al niño hermosa, sabia y bondadosa, presentaba un extraño rictus que hizo que al niño le recorriese un escalofrío por la espalda.

            Finalmente, su padre sonrió.

-       Prepara el rifle –dijo al fin-. Hoy nos adentraremos en la fortaleza de los Ángeles.

El niño miró a su padre con los ojos abiertos como platos. Sintió una mezcla de emoción y miedo a partes iguales, ya que su padre siempre le había prohibido cazar allí, porque en ese lugar se escondían las más terribles de todas las criaturas demoniacas creadas por el Inmaterium. Al menos, eso es lo que le decía siempre.

Avanzaron por el bosque en silencio, hasta que, como salidas de la nada, ante ellos aparecieron las ruinas de una imponente fortaleza monasterio.

La entrada era un enorme muro de piedra con unos inmensos portalones de metal negro, que se encontraban entrecerrados, sobre los cuales se veía tallada una espada alada. En las esquinas había dos enormes torres semiderruidas, pero aún así tan altas que su cima se perdía entre la eterna neblina gris.

-       Desde la irrupción de la Cicatrix Maledictum la influencia del Caos ha aumentado muchísimo y los Poderes Ruinosos están avanzando a pasos agigantados –dijo su padre mirando al cielo, como siempre de color plomizo, y añadió mirándole-. Necesitan ayuda.

El niño permaneció en silencio, sin comprender nada.

-       ¿Qué es la Cicatrix Maledictum? –preguntó-. Nunca me has hablado de eso.

-       Todo a su tiempo, hijo. Prepara el rifle y ten valor, la antigua fortaleza es muy peligrosa y en su corazón se haya la razón de todo este mal. Es hora de acabar con esto.

Padre e hijo atravesaron los portalones, accediendo al interior de la antigua fortaleza a través de un pasillo bajo pero muy ancho, en cuyas paredes se apreciaban los nombres tallados de multitud de personas.

Llegaron a una sala amplia, fría, oscura, vacía. Un inquietante silencio reinaba en el lugar. Un silencio antinatural.

-       ¡Mira, padre! –exclamó el niño, haciendo que su voz retumbara por todas partes-. Hay huellas en el polvo. Las mismas huellas que vi en el bosque.

Su padre miró y asintió.

-       Abre los ojos, hijo –dijo, mirándole fijamente, con la misma expresión que tenía en el bosque.

-       Claro, padre –respondió, de nuevo con un escalofrío por la espalda.

Atravesaron la sala, con las armas apuntando al frente y los sentidos afinados, pendientes de cualquier ruido, cualquier cambio en el aire, cualquier sombra extraña.

Llegaron hasta una escalera de caracol que descendía hacia las profundidades de la fortaleza, viendo que en el polvo se definían claramente unas enormes huellas con forma de bota, demasiados grandes para ser humanas, que descendían por los escalones. El camino estaba iluminado por antorchas que no emitían humo, dispuestas de forma regular en unos apliques colocados en el muro.

El niño bajaba en absoluto silencio, pisando con el talón, apoyando todo el pie y terminando con la punta, sin dejar de apuntar con el rifle al frente.

Tras un interminable descenso llegó a un largo de pasillo del que salían multitud más.  En las paredes colgaban placas con nombres y se veían pequeños nichos tallados en la roca. El suelo tenía un denso polvo que yacía inalterado a lo largo de años, quizá décadas o siglos.

Miró con atención el largo pasillo, iluminado por antorchas, buscando las huellas que había visto en los escalones, pero no las encontraba.

-       Vamos, hijo –dijo su padre, que apareció como por arte de magia delante de él.

Sacudió la cabeza extrañado, mirando a su espalda, sin saber cómo ni cuándo le había sobrepasado, pero obedeció la orden y comenzó a seguir la enorme figura de su padre, el cual caminaba decidido, girando por los laberínticos pasillos sin dudar en ningún momento.

Llegaron hasta otra escalera de caracol, mucho más antigua, mucho más polvorienta, mucho más oscura.

Su padre comenzó a descender, pero el niño se quedó parado.

-       ¿Dónde vamos, padre? ¿Cuántas veces has estado aquí?

Su padre se detuvo, se giró y le sonrió.

-       ¿Qué recuerdas de los Ángeles Oscuros? –preguntó su padre.

-       Lo que me contaste sobre ellos. Que eran la Primera Legión del Emperador y que su Primarca era Lion El'Jonson. Durante la Cruzada, Lion se marchó con una parte de la Legión, dejando a cargo del reclutamiento y entrenamiento de nuevos reclutas a Luther, que era como un padre para él.

-       ¿Y después de eso?

-       No me los has contado –respondió, extrañado.

-       Si lo he hecho, hijo. Trata de recordarlo.

El niño se enderezó y miró al suelo con la cabeza ladeada.

-       Luther se reveló contra el León –recordó de pronto-. Declaró la independencia de Caliban y volvió a todos la Astartes bajo su mando contra su Primarca y el Imperio. Cuando el León retornó a Caliban, Luther atacó a su flota e inició una guerra civil que acabó con la destrucción del planeta –el niño hizo una pausa y, mirando a su padre, añadió-. Después de eso, nos abandonaron.

Su padre sonrió con complacencia y continuó el descenso sin decir nada.

El niño siguió a su padre. La escalera giraba y giraba, pareciendo no tener fin, hasta que una puerta tallada en la piedra, más antigua que la propia fortaleza, apareció ante él.

-       Siempre terminamos aquí –dijo su padre a su espalda.

El niño se giró en redondo, completamente aterrorizado.

-       ¿Cómo…? –logró articular-. ¿Cuándo te he adelantado?

-       Tras esa puerta está el origen de este mal, hijo. Hemos estado aquí infinidad de veces, pero siempre que la abro y ves lo que hay dentro, todo se desmorona porque no eres capaz de aceptarlo. Pero debes luchar, hijo, debes ser fuerte –añadió, poniendo una mano sobre su hombro.

El niño miraba a su padre sin comprender. Su cuerpo comenzó a temblar y un fortísimo dolor de cabeza le atenazó sobre los ojos y las sienes, como si le estuviesen golpeando con un pequeño martillo.

 De pronto, la puerta de piedra se abrió con lentitud y ante él apareció una sala completamente oscura. Su padre, que aún tenía la mano en su hombro, le empujó suavemente hacia el interior.

Una vez dentro, su padre levantó una mano con lentitud y una luz cayó desde el techo, iluminando un gigantesco pedestal de piedra que se hallaba en el centro, sobre el que reposaba el cuerpo de un hombre enorme.

El niño se acercó y lo miró con asombro. Debía medir cerca de tres metros y vestía una ornamentada armadura negra, en cuya hombrera estaba grabado el emblema de los Ángeles Oscuros. Tenía una frondosa melena rubia y barba del mismo color.

-       ¿Quién es? –preguntó el niño.

-       Es tu destino, hijo. Siempre lo ha sido, desde hace milenios.

-       ¡¿Pero quién es?! –gritó el niño.

-       Ya lo sabes. Sólo debes admitirlo. Sólo debes eliminar la culpa de tu corazón y abrir los ojos. El Imperio te necesita. Tus hijos te necesitan. Yo te necesito. ¡Abre los ojos!

-       ¡NO! –chilló el niño-. ¡No puedo! ¡Todo fue por mi culpa! –añadió, tapándose la cara con las manos.

-       No, hijo. Las acciones de nuestros hijos no son culpa nuestra. Créeme, yo lo aprendí a la fuerza y pagué un alto precio. Debes regresar y ocupar tu legítimo lugar en el Imperio. Abre los ojos, Lion.

Y, el lo más profundo de la Roca, tras diez milenios luchando contra su propia mente, Lion  El'Jonson despertó.

 

 

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