Warhammer 40K - Negro
Negro
El
Astarte mira a sus compañeros caídos con cara de asombro.
El
Sargento Asmodel, de los Ángeles Oscuros, ha sido decapitado; Titus, el
Ultramarine, ha reventado desde el interior y presenta la caja torácica abierta,
desprendiendo un extraño humo verde de su interior. Valentin, el Ángel Sangriento…
casi no puede mirar. Ha visto cosas en su larga vida que harían tener
pesadillas a un acólito del Caos, pero eso… esa forma de morir… no había forma
de describirlo.
¿Cómo empezó todo? –se
pregunta.
No
lo recuerda.
Mira
su armadura, toda negra salvo el brazo izquierdo, que es del color de la plata
galvanizada, con una “I” dorada en la hombrera. Sin embargo, en la hombrera
derecha no hay ningún emblema, ningún indicio de su procedencia.
¿Por qué? ¿Quién soy y que
hago aquí?
Se
quita el casco de un tirón y cae de rodillas, apretando su cabeza con fuerza,
intentando recordar.
Negro –viene
de pronto a su mente-. Te llaman Negro. Y
ya no tienes Capítulo. Has emprendido la Larga Vigilia hasta el fin de tus días
porque debes redimir tus pecados.
Mira
a su alrededor, intentando recordar algo más.
El
paisaje es desértico, salvo por un enorme monolito negro que se alza ante a él,
frente al cual se encuentran los cuerpos muertos de sus Hermanos de Batalla.
Otro
recuerdo acude, como un relámpago que de pronto iluminara el cielo.
Llegaron
para inspeccionar eso. Ese pilón de piedra… negra. Eran un pequeño Kill Team de
cuatro Marines, enviados como patrulla de exploración a… ¿a dónde?
Sector Nephilim… Nexo Paria…
Las
palabras acuden a su mente con la fuerza de un torrente, pero carecen de
sentido.
Abre
el comunicador que porta en su muñeca y comienza a apretar los botones, con la
vana esperanza de conseguir algo.
Empieza
a andar rodeando el monolito, mirando hacia arriba, intentando ver la punta,
pero es tan descomunalmente alto que no distingue nada. Tan descomunalmente
grueso que apenas siente que esté avanzando a su alrededor.
Está
cansado. Débil. Extenuado.
Agotado,
recoge el casco y se lo vuelve a colocar, activa los sensores e intenta
encontrar algo en medio de aquel desierto de polvo negro.
Pero
no hay nada, únicamente vacío. No hay vida en muchos kilómetros a la redonda.
Un
pensamiento acude a su mente.
Y
una visión, tan nítida que la ve como si estuviese delante. Tan real que vuelve
a quitarse el casco, creyendo que se trata de un fallo técnico.
Ante
él aparece un enorme Astarte equipado con una armadura escamosa de tonos turquesa,
con dos cabezas de serpiente… no, de serpiente no; de hidra, asomando por su
espalda. Porta una lanza de dos puntas y una capa tan blanca que deslumbra. El
casco lleva una cresta metálica de tonos plateados y verdes, al final de la
cual asoma otra cabeza de la hidra. Sus lentes, rojas como carbones encendidos,
lo miran fijamente.
- Bien
hecho, hijo mío –dice con una voz penetrante y armoniosa-. Larga ha sido la
espera, pero finalmente has cumplido tu misión.
- ¿Mi…
misión? –pregunta extrañado.
- Claro,
Diamat. Te borraste los recuerdos hasta estar listo para ejecutarla. Y hoy, por
fin, la has cumplido. Has eliminado a todo un Kill Team y has dejado vía libre
a nuestra Legión. Ahora sólo queda el último punto: eliminar las pruebas. Ya
sabes que hacer.
La
visión se desvanece poco a poco, pero el pensamiento persiste.
- ¿Alpharius?
–murmura-. No puede ser, murió hace milenios. ¿Y yo? ¿Soy un traidor? –hace una
pausa, frunciendo el ceño-. No. No lo soy. Lo son ellos. Ellos sirven al Falso
Emperador. Y Alpharius vive. Porque yo… soy Alpharius.
Desenfunda
la pistola bolter y se dispara en la cabeza, cayendo muerto junto al resto de
sus antiguos compañeros.
El
psicomante golpea el suelo con el Bastón Abisal, disipando la niebla de ébano.
Se acerca con calma a los alienígenas muertos y contempla su obra con una
sensación que las razas inferiores denominarían orgullo.
- Si
tuviese labios, sonreiría –piensa-. Mi Señor estará satisfecho. El pilón está a
salvo.
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